Cristo
(gr. Jristós, "ungido"; equivalente al heb. Mâshîaj, "Mesías", "ungido").
Título oficial de Jesús de Nazaret que lo designa como "el Mesías" o el prometido del AT. En los tiempos del AT el sumo sacerdote (Ex. 30:30), el rey (2 S. 5:3), y a veces los profetas (1 R. 19:16) eran "ungidos" cuando se los dedicaba al servicio santo. En las profecías mesiánicas el término vino a aplicarse específicamente a el Mesías, que, como profeta (Dt. 18:15), sacerdote (Zac. 6:11-14) y rey (ls. 9:6, 7), era quien había sido designado como Redentor del mundo. Al usarlo en tiempos del NT se omitió el artículo definido, y "Cristo" llegó a ser virtualmente un nombre propio, tal como lo usamos hoy. El uso combinado de los nombres Jesús y Cristo constituye una confesión de fe de que Jesús de Nazaret, el hijo de María, el Hijo del hombre, es realmente el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, y por ello una profesión de fe en la unión de las naturalezas divina y humana en una Persona. En Jer. 23:5, 33:15, Zac. 3:8 y 6:12 se usa un título para Cristo: "rama" (heb. tsemaj, "un brote [renuevo]", "un retoño [vástago]"); el Mesías está representado como un renuevo de David.
Jesús
(gr. I'sóus, "Salvador" [del heb. Yêshûa{, "¡Yahweh, salva!", forma tardía de Yehôshûa{, Josué]).
La forma española "Jesús" proviene del latín. El nombre aparece en osarios descubiertos en Palestina y que datan del tiempo de Cristo, o poco tiempo después.
Jesucristo
(gr. I'sóus [transliteración del aram. Yeshûâ{, "Jesús", y éste del heb. Yehôshûa{, Josué] más Jristós [traducción del heb. Mâshîaj, Mesías]).
El Salvador del mundo, el Mesías. En tiempos del NT Yeshûâ{ era un nombre corriente que se daba a los muchachos judíos. Expresaba la fe de los padres en Dios y en su promesa de uno que traería salvación a Israel. El ángel Gabriel indicó a José que llamara al primogénito de María con este nombre, y la razón que se le dio fue: "Porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1:21). "Cristo" no fue un nombre personal por el que la gente lo conoció mientras estuvo sobre la tierra, sino un título usado para identificarlo con aquel en quien las promesas y profecías mesiánicas del AT encontraban su cumplimiento. Para los que creyeron en él como enviado de Dios, él era el Cristo; es decir, el Mesías, el "ungido" por Dios para ser el Salvador del mundo.
El uso de los 2 nombres juntos (Mt. 1:18; 16:20; Mr. 1:1), Jesús y Cristo, constituye una confesión de fe en que Jesús de Nazaret, el hijo de María, es realmente el Mesías (Mt. 1:1; Hch. 2:38). También se lo conocía por el título de Emanuel, "Dios con nosotros", un reconocimiento de su divinidad y nacimiento virginal (Mt. 1:23; cf Is. 7:14; 9:6, 7). La designación corriente que usó Jesús para sí mismo fue "el Hijo del Hombre" (Mr. 2:10; etc,), una expresión que nunca usaron otros cuando hablaban de él o se dirigían a él. Con este título, que parece tener implicaciones mesiánicas, Jesús enfatizó su humanidad, sin duda pensando de sí mismo como la simiente prometida (Gn. 3:15; 22:18; cf Gá. 3:16). Raramente usó para sí mismo el título "Hijo de Dios", el cual enfatizaba su divinidad (Jn. 9:35-37; 10:36), aunque a menudo se refería a Dios como su Padre (Mt. 16:17; etc.). Sin embargo, el Padre lo llamó su Hijo (Lc. 3:22; 9:35), y Juan el Bautista (Jn. 1:34) y los Doce (Mt. 14:33; 16:16) lo reconocieron como "Hijo de Dios". La afirmación de Jesús de que Dios era su Padre en un sentido especial, y más tarde, su admisión de ser el Hijo de Dios, le valieron el arresto de los judíos que alegaban que eso era causa suficiente para su condenación y muerte (Lc. 22:70, 71). El ángel Gabriel explicó que Jesús debía ser llamado Hijo de Dios en virtud de su nacimiento de María por el poder del Espíritu Santo (Lc. 1:35; cf He. 1:5), y Pablo dice que la resurrección de Jesús de los muertos lo declara "Hijo de Dios" con poder (Ro. 1:4). Sus dicípulos con frecuencia se dirigieron a él como "Maestro" (Mr. 4:38; 9:38; etc.), y también, en reconocimiento de su deidad, como "Señor" (Jn. 14:5, 8; 20:28). La gente y los gobernantes por igual usaron el término "Hijo de David" como una designación popular para el Mesías (Mt. 12:23; 22:42; Mr. 12:35; etc.), y como una expresión de la esperanza de liberación de la opresión política.
Mesías
(heb. Mâshîaj [del verbo mâshaj, "ungir"], "ungido"; gr. Messías, transliteración de la forma heb. o del aram. meshîjâ).
Título del esperado rey y libertador de Israel (Dn. 9:25, 26; Jn. 1:41; 4:25; 9:22). No todos los eruditos aceptan que Daniel se refiere al Mesías esperado. Sin embargo, muchos cristianos conservadores consideran que estos pasajes son una predicción del tiempo en que vendría el Mesías para hacer la obra que le correspondía, al final de un período especificado.
El término heb. mâshîaj aparece 39 veces en el AT y se aplica a los reyes de Israel como los ungidos de Jehová (1 S. 24:6; 2 S. 19:21; 2 Cr. 6:42; etc.); a Ciro, rey de Persia (ls. 45:1); al sumo sacerdote (Lv. 4:3, 5; etc.); y al esperado rey y libertador de Israel (Dn. 9:25, 26). La LXX Generalmente traduce este término por Jristós (del verbo. jríÇ), "ungir"; de donde sale "ungido"). Este término aparece centenares de veces en el NT y se lo translitera como "Cristo" (Jn. 1:41). Así, aunque la palabra Messías, "Mesías", es sumamente rara en el NT, la forma traducida Jristós, "Cristo", es muy frecuente.
Rabí
(gr. rhabbí; del heb. y aram. rabbî, "mi grande [amo]", "mi maestro").
Título de respeto que usaban los discípulos al dirigirse a sus maestros. El posesivo "mi" pronto perdió su fuerza, y en el NT sólo se la usaba como una forma de cortesía, generalmente equivalente a nuestro "señor". Se aplicó a Cristo (Mt. 26:25; Mr. 14:45; Jn. 1:38, 49; 3:2, 26; 4:31; 6:25; 9:2; 11:8; etc.) y a Juan el Bautista (Jn. 3:26). Cristo aconsejó a sus discípulos en contra de codiciar o usar este título (Mt. 23:7, 8). En este pasaje rhabbí parece haber sido usado en un modo más restringido, como un título honorífico para los eruditos y los doctores de la ley, con la implicación posible de que siendo especialistas en la ley de Moisés, su interpretación de los deberes religiosos allí prescriptos era infalible y, por lo tanto, obligatoria. El autor del 4º Evangelio interpreta la palabra rhabbí como didáskalos, "maestro", "instructor" (Jn. 1:38).
Raboni
(gr. rhabbouní, rhabbounéi, rhabboní, rabbonéi [transliteración del aram. rabbûnî]).
Otra forma para el título de "rabí". Era una forma aún más respetuosa de dirigirse a alguien, y significaba "mi (gran) maestro". Se aplicó a Cristo en Mr. 10:51 y Jn. 20:16. En esta última referencia aparece como "Raboni", que se traduce del gr. didáskalos, "maestro".
Emanuel
(heb. 'Immânû'êl, "Dios [está] con nosotros"; gr. Emmanouel).
Hijo-señal predicho por el profeta Isaías en conversación con Acaz, rey de Judá (ls. 7:14). Alarmado por una alianza entre Peka (rey de Israel) y Rezín (rey de Siria) contra Judá (Is. 7:2, 5, 6), Acaz se volvió hacia Tiglat-pileser III (rey de Asiria) por ayuda (2 R. 16:6-9; 2 Cr. 28:16; Is. 8:9-12). Previendo un ataque inminente, salió para inspeccionar el suministro de agua para la ciudad. Isaías se encontró con él en el camino con el mensaje de que no debía temer a Peka ni a Rezín, sino confiar en Jehová (ls. 7:4-7; 8:13, 14). En prueba de la liberación prometida, Isaías (que significa "Yahweh salva") predijo el nacimiento de un hijo que se debía llamar Emanuel (7:14), como señal y recordativo de la presencia permanente de Dios. Antes que este niño-señal llegara a la edad de la responsabilidad, Peka y Rezín caerían ante los asirios (8:7, 8, 15). Esta predicción, hecha c 734 a.C., se cumplió literalmente. Tiglat-pileser III tomó Damasco y mató a Rezín 2 años más tarde (2 R. 16:9, 10), luego devastó Galaad y Galilea, se llevó numerosos cautivos y tramó el asesinato de Peka (2 R. 15:29, 30; 1 Cr. 5:26; Is. 8:4). El reino de Israel desapareció 12 años más tarde con la caída de Samaria ante los asirios (723/22 a.C.; cf Is. 7:8). Repetidas invasiones asirias durante los siguientes años también devastaron toda la tierra de Judá, con excepción de Jerusalén (2 R.18:13- 19:34; 2 Cr. 32:1-20; Is. 36:1-37:20). Sin embargo, Dios estaba con su pueblo para proteger al remanente en Jerusalén en forma milagrosa (2 R. 19:35-37, 2 Cr. 32:21, 22; Is. 37:21-38). Si Acaz hubiera confiado en Jehová, Judá hubiera evitado esta terrible experiencia, como lo implica el nombre de este niño-señal: "Dios (está) con nosotros". Pero el persistente rechazo de Acaz de poner su esperanza en Dios en lugar de confiar en la alianza con Asiria, resultó en gran sufrimiento para Judá (8:7, 8, 21, 22). Con ironía, el profeta habla de Judá como la tierra de Emanuel -"Dios (está) con nosotros"- comparando lo que realmente ocurrió con lo que podría haber sido (vs. 8, 10).
Mateo cita Is. 7:14 y lo aplica a Cristo (Mt. 1:23). El nombre Emanuel se originó en una situación histórica real como una promesa de que Dios estaría con su pueblo para librarlo de sus enemigos inmediatos. Pero Isaías también miraba por inspiración al tiempo cuando Dios enviaría a su propio Hijo, el verdadero Emanuel, con ese mismo propósito. Por inspiración, Mateo tomó la profecía de Isaías y la aplicó a la persona de Jesucristo, que nació de una virgen, y quien, en un sentido supremo, es "Dios con nosotros".
Miguel
(heb. Mîkâ'êl, "¿quién es como [semejante a] Dios?"; gr. Mijael).
El nombre aparece por 1ª vez en los textos cuneiformes de Ebla del período prepatriarcal, más tarde en un trozo de tiesto con inscripciones hallado en Nimrûd, y en los Rollos del Mar Muerto.
El arcángel Miguel, como un ser celestial, aparece sólo en los pasajes apocalípticos (Dn.10:13, 21; 12:1; Jud. 9; Ap. 12:7). En Dn. 10:13 se lo describe como "uno de los principales príncipes" que había venido para ayudar al ángel en su lucha con "el príncipe del reino de Persia". En el v 21 se lo describe como "vuestro príncipe", y en 12:1 como "el gran príncipe" que protege y libera al pueblo de Daniel. En Ap. 12:7 se lo menciona después de haber librado una batalla con el dragón, es decir, Satanás (v 9), y con los ángeles del dragrón, que terminó con la victoria de Miguel y la expulsión de Satanás del cielo; Jud. 9 habla de una contienda entre Miguel y el diablo por el cuerpo de Moisés. Los judíos del tiempo de Cristo pudieron haber tenido alguna información, ya que se dice que dicha disputa se describe en el libro seudoepigráfico judío La asunción de Moisés, aunque no aparece en las porciones que nos han llegado del libro. El Tárgum de Jonatán sobre Dt. 34:6 atribuye a Miguel y sus ángeles la sepultura de Moisés. La literatura judía describe a Miguel como el más elevado de los ángeles, el verdadero representante de Dios, y lo identifica con el "ángel de Yahweh", al cual se menciona con frecuencia en el AT como un ser divino. También se afirma que Miguel era el ángel que vindicó a Israel contra las acusaciones de Satanás en el tribunal celestial. Véase Talmud de Babilonia, Yoma 37a; Midrash Rabbah sobre Gn. 18:3, Ex. 3:2 y 12:29. Muchos eruditos bíblicos identifican a Miguel con Cristo (véase CBA 4: 886).